domingo, 17 de febrero de 2008

La melancolía de Zidane


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El cabezazo de Zidane tuvo la inmediatez y la sutilidad de un ejercicio caligráfico. Si bien sólo fueron necesarios unos segundos para consumarlo, no pudo sobrevenir más que como término de un lento proceso de maduración, de una larga génesis invisible y secreta. El gesto de Zidane ignora las categorías estéticas de lo hermoso o lo sublime, se sitúa más allá de las categorías morales del bien y del mal, su fuerza y su sustancia no dan cuenta más que a una irreductible adecuación al instante preciso del tiempo en que ocurre. Seguramente, el acto llegó desde lejos, arrastrado por dos vastas corrientes subterráneas: la primera, de fondo, amplia, silenciosa, poderosa, inexorable, que nace tanto de la melancolía pura como de la percepción dolorosa del paso del tiempo, está relacionada con la tristeza del final anunciado, con la amargura del jugador que disputa el último partido de su carrera y no se decide a poner punto y final. Zidane nunca pudo decidirse a poner punto y final: nos tiene habituados a las retiradas en falso (como contra Grecia), o a las retiradas que no se consuman (contra Corea del Sur). Siempre le ha sido imposible poner fin a su carrera; mucho menos con elegancia, porque terminar con elegancia no es terminar: es clausurar una leyenda. Enarbolar la copa del mundo es aceptar la muerte, mientras que no retirarse dejaría perspectivas abiertas, desconocidas y vivas. La otra corriente que impulsó su gesto, corriente paralela y contradictoria, alimentada de un exceso de atrabilis y de influjos saturnianos, fue el deseo de terminar lo antes posible con todo, el deseo irrefrenable de abandonar bruscamente el terreno de juego y volver a los vestuarios (partí de repente sin avisar a nadie [i]), porque ahí está el hastío, súbitamente, inconmensurable; la fatiga, el agotamiento, el hombro que duele; Zidane no llega a marcar, no aguanta más a sus compañeros, a sus rivales, no aguanta más al mundo, no se aguanta a sí mismo. La melancolía de Zidane es mi melancolía, la conozco, la alimento y la sufro. El mundo se vuelve opaco, los hombros pesan, las horas parecen apesadumbradas, más largas, más lentas, interminables [ii]. Se siente rendido y, de repente, es vulnerable. Algo en nosotros se vuelve contra nosotros [iii] y en una borrachera de cansancio y tensión, Zidane no puede por más que acometer el acto de violencia que libera, o el de huida que alivia, incapaz de deshacerse de otro modo de la tensión que lo oprime (y es la huida final ante la consumación de la obra [iv]). Desde el comienzo de la prórroga, Zidane no dejó de expresar su cansancio de manera inconsciente, con el brazalete de capitán cayéndosele todo el tiempo, el brazalete que se afloja y que Zidane nunca termina de ajustarse torpemente sobre el brazo. Zidane significa así, a pesar suyo, que quiere abandonar el campo y volver a los vestuarios. No tiene ya los medios, ni la fuerza, la energía o la voluntad de sacar adelante un último jalón, un último gesto de pura forma: la cabeza, tan hermosa, acariciada por Buffon instantes antes, le abrirá definitivamente los ojos sobre su irremediable impotencia. La forma, en ese momento, se le resiste y esto es inaceptable para un artista, son conocidos los lazos íntimos que unen arte y melancolía. Incapaz de marcar un gol, Zidane marcará los espíritus.

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[i] Jean-Philippe Toussaint, El cuarto de baño

[ii] Jean-Philippe Toussaint, El cuarto de baño

[iii] Jean Strarobinski, L’Encre de la mélancolie

[iv] Freud, Un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci


La melancolía de Zidane (2007, fragmento), de Jean-Philippe Toussaint (Bruselas, 1957)
[Mi traducción]


La foto se tomó prestada de Ti voglio bene.

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