Juego del regreso
Deberán obviarse las cuestiones de siempre,
los matices y posiciones de siempre.
Se habrá de ser gentil,
actuar más que hablar,
permitir que a uno le pregunten.
No tomar pose.
Agarrar la copa de vino como siempre,
fumar lo mismo
(ni más ni menos).
Guardarse los recuerdos.
Se deberá ahuyentar al insomnio
como víbora nauyaca,
o dejarle que lo muerda a uno
sin prisa ni demasiadas dudas.
Digerir como las boas.
Durmiendo.
Desapareciendo.
La piedra dejará escapar,
poco a poco,
su azulado brillo entre mis ojos.
Os llevaré entonces
la calma honda de la ceiba,
la sonrisa de cien niños
(el dulzor picoso de su idioma),
la conciencia de la propia fragilidad
(del cuerpo breve, extenuado),
el ser uno mismo veinte
y también uno
(y estar lejos y cerca de
algún centro que imagino).
El esfuerzo telúrico y verde,
lo terrible de nuestra naturaleza,
la brújula prístina que sobrevive.
No sé jugar de otro modo el regreso.