lunes, 26 de noviembre de 2007

Diario Drástico del Chico Estudioso que Escuchaba a Nirvana

Parte I: La melancolía ha parido

Supongo que todo se debe a la obscurity. Algunos días, la pared de mi cuarto no es más que un muro empapelado de fotos en blanco y negro, impresiones sobre papel mal recortado en las que un impetuoso post-adolescente –yo– idolatra a Marcos, al Che y a otros exvotos del progresismo. Otros días, viéndola desde mi cama, mi pared se me hace el más fantástico de los medios de masas; un ágora pintarrajeada de graffiti reivindicativos, paridos de la espontaneidad simbólica, del instinto político fresco, agudo, sonriente, interdisciplinar (mexicano y argentino se codean con Michael Stipe, Borges, Joaquín Sabina o Juan Ramón). Esos días, las ideas y la discusión en mi cuarto sonríen sin enseñar los dientes; y parece que ese día, ese día en que me siento orgulloso de pegar fotos en una pared blanca, todos los hombres, mujeres y cosas van a encontrar su lugar adecuado en el mundo.

Es la obscurity, la oscuridad. Karel Reisz adaptó a la pantalla la novela de John Fowles, La mujer del lugarteniente francés, un excelente trabajo que muchos cinéfilos han beatificado como preciso ejemplo cinematográfico de la intersección de acciones, solidamente apuntalada en una sorprendente edición. Recuerdo una escena en la que cierto psicólogo confiesa al enamorado Jeremy Irons su diagnóstico respecto a la mujer del lugarteniente francés, hembra huidiza y melancólica interpretada con frialdad minuciosa por Meryl Streep. Según el doctor, son tres las melancolías patológicas que afectan a hombres y mujeres: una “melancolía circunstancial”, propiciada por un suceso traumatizante o una situación opresiva; otra “melancolía natural”, inscrita de alguna forma en nuestra sangre desde el día en que nacemos; por fin, la más impredecible e inquietante, la “melancolía oscura” (obscure melancholy), opaca e impenetrable, cálida y oscura como una capa y calma como las nevadas tranquilas.

De esa oscuridad ya me habló una mujer a la que amé. Yo había coqueteado con ambas, había disfrutado de los besos de la oscuridad antes de que Irene me incendiara con los suyos. Ella temía ser una víctima de la obscurity, y alguna vez sollozó en mi regazo mientras la noche paría a la mañana. Pero el llanto de la luz recién nacida terminó acallando el suyo, y años después –ambos, ella y yo- le hemos perdido el miedo a la oscuridad y a la melancolía y, por contra, solemos celebrar con la tinta o el movimiento, calladamente, esa nevada tranquila y cálida que preña la tierra de palabras y gritos; esa manta de recuerdos, ese cáliz de indiarios frutos futuros, esa noche de la que nace el día llorón, coñazo y risueño. En mi vida dorada y mediocre, casi aristotélica, las horas vivas y las horas oscuras se conocieron bailando un tango. Seguiré riéndome de mi sombra, pegando fotos en la pared, escribiendo en la cama, jugando al fútbol, fumando si me apetece.



La imagen se tomó prestada a streborm


10 comentarios:

MSalieri dijo...

Me parece bien.

Yo de melancolías no entiendo, o quizá no las llamo por ese nombre.

Anónimo dijo...

malalcoholía sí he tenido algunos amaneceres.

La M1 ha sucedido algunas veces (pocas, porque los del género masculino somos poco dados).

LA M2 es mía desde antes de nacer. Pero es suave (un poco como Platero).

Pero esa oscura, me atrae. Me arrebata. Me gusta la idea que has expuesto. Pero el M3 tengo que ser yo. ¿Tendría paciencia para aguantar a una M3?

Lara dijo...

Malalcoholía creo que tenemos todos, cada vez más acentuada.
Por los años.

Melancolía también (tú también, Marco). (Digo yo. Puede que no, claro.) (Felicidades.)

La M de Miguel es distinta de la mía, pero como todas las M se cruzan en algún punto de la esfera, nos entendemos, comprendemos nuestras distintas M (menos en los momentos álgidos de cada una, en que siempre hay un extrañamiento, porque la suya es más genética peso plomo y la mía más poética basurilla experiencial).

Las dos duelen y de las dos nacen cosas hermosas, creo.

De todos modos, yo me quedo con tu M desarrollada por los años, con tu M de los 29, aunque reconozco ésta de la que hablas, una M aún sin bigotes y sin patas de gallo pero tuya.

Me la suda que te joda que te lo digan, ahí va un poco más de presión, a ver si te espabilas: ¿¡POR QUÉ NO ESCRIBES MÁS!?? Aunque sea por nosotros, sacrifica tu muñeca, mi amor.

Miguel Marqués dijo...

Cuando me pongo a escribir, al final mi muñeca siempre termina desvariando por otras latitudes.

Y así me va.

(Era broma, pero no tanto. Es que lo has puesto a huevo, hija.)

Anónimo dijo...

Las melancolías, tanto provenientes de fuera como de dentro, vividas como un sentimiento horizontal, como una leve nevada que con el paso de las horas comba las vigas del tejado, como un cielo oscuro más opresor que protector, como una niebla espesa y húmeda que empapa el cabello, la ropa y se cuela por la nariz y la boca, producen bellas páginas, dejan Nirvaneos cadáveres cuando sumadas o multiplicadas en las venas no te dejan ver otra salida que abrírtelas para que mane suave. Va a tener razón Keats con aquello de Better be imprudent moveables than prudent fixtures, y el movimiento, aunque sea el de la tinta fluyendo, sea alivio si no solución. Seamos entonces imprudentes: larga vida a las paridas (también lo has dejado aguevo y también es broma) de la melancolía, que no encuentre parada en el número siete.

Buen y sugerente texto.

Miguel Marqués dijo...

Y sí. Gracias Lara. Gracias. Soy un cabezón, un rebuscado y un poquillo tocahuevos. Lo sé. Gracias, vida.

Y gracias, Anónimo, me gusta que te haya gustado :D Creo que entendemos esa palabra, se la llame como se la llame, todos de una manera parecida. El caso es que sea nieve y no pedrisco.

Virginia Barbancho dijo...

No voy a entrar en lo de cabezón o rebuscado (mucho menos en tocaguevos, que con esa sonrisa no me cuadraría nada de nada), pero DESDE LUEGO que pares de maravilla, como para pedir más.

Y las melancolías van a estar ahi siempre, y que sería de nosotros sin ella?

Muchos besos, moreno guapo

Anónimo dijo...

No pinto mucho aquí, pero me uno a Lara para preguntarte ¿porqué no escribes más?.
Me gusta leerte.
beso

Miguel Marqués dijo...

¿Cómo que no pintas nada? Aquí el que escribe, pinta. Punto :)

Gracias, aina. Supongo que eres la única aina que conozco...

Otro beso para ti. Por cierto, tengo en la recámara entradas sobre viajes, así que stay tuned! :)

Anónimo dijo...

Yo también me uno a la misma pregunta. ¡eres un desperdisio¡....no?