México
No he vuelto a ver a Gerardo desde aquel tiempo (principios de siglo), aunque hemos mantenido un contacto poco frecuente pero cercano a través de Internet. Hace cosa de un año, cuando Lara y yo andábamos derritiéndonos por Lavapiés, me mandó un mensaje de correo electrónico contándome que justamente tenía un amigo en Madrid en esos días que se había quedado algo descolgado: acababa de terminar unos cursos de posgrado (un tour por parques nacionales españoles con un grupo de biólogos del que formaba parte), la habían cambiado un vuelo de fecha y andaba vendiendo pulseras huicholes en el Rastro. "¿Sí lo podrías alojar un par de noches?". Accedí encantado. Karín resultó un tipo estupendo con el que compartimos algunas horas, más de las previstas, porque Lara y yo perdimos un avión que nos debía llevar a una boda en Jerez y tuvimos que volver a casa, donde estaba Karín terminando de instalarse. Le contamos la contrariedad y charlamos animadamente un rato. Y le compramos un bolsito huichol, de los que se llevan en el rito del paso a la edad adulta, y una pulsera con flor de peyote. A cambio, se quedó con nuestra camota para él solo y nosotros fuimos a dormir a Zarzalejo.
Pasaron los meses y Facebook, ese club virtual de reencuentros, fotos y desavenencias, se convirtió en la nueva puerta de contacto con el Trasatlántico. Me apareció Karín por ahí y en el primer intercambio de mensajes le envié abrazos para él y Gerardo y prometí visitar México más temprano que tarde. "Vente en julio. Mira lo que tenemos preparado", respondió Karín.

La oportunidad era única. Yo planeaba dejar la empresa y empezar como autónomo. Gerardo, después de varios años en México, se marcha en agosto para completar un posgrado en California. Y yo, nomás tenía dentro la quemazón del salto otra vez. Ver de nuevo a un amigo de hace tiempo, la selva maya, y un contacto verdaderamente cercano (y productivo) con una naturaleza y un pueblo fascinantes.
Por fin la América Latina continental. Por fin México.
¡Estaré de vuelta en un mes!
Pasaron los meses y Facebook, ese club virtual de reencuentros, fotos y desavenencias, se convirtió en la nueva puerta de contacto con el Trasatlántico. Me apareció Karín por ahí y en el primer intercambio de mensajes le envié abrazos para él y Gerardo y prometí visitar México más temprano que tarde. "Vente en julio. Mira lo que tenemos preparado", respondió Karín.
La oportunidad era única. Yo planeaba dejar la empresa y empezar como autónomo. Gerardo, después de varios años en México, se marcha en agosto para completar un posgrado en California. Y yo, nomás tenía dentro la quemazón del salto otra vez. Ver de nuevo a un amigo de hace tiempo, la selva maya, y un contacto verdaderamente cercano (y productivo) con una naturaleza y un pueblo fascinantes.
Por fin la América Latina continental. Por fin México.
¡Estaré de vuelta en un mes!
[La foto es del ejido Felipe Carrillo Puerto, cerca de Chemax, donde desarrollaremos el trabajo. Cortesía de Bioasesores Asociación Civil, de Mérida]