sábado, 26 de mayo de 2007

Final para El asesino de la grapadora, de Marco Antonio García

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Después de un mes sin dar pie con bola y a punto de tirar la toalla, un nuevo caso de asesinato por grapado nos sorprendió una noche en comisaría. Un torero estadounidense de gira por España, el Niño de California, fue encontrado colgado boca abajo en los toriles de la plaza de toros de Sestao, embutido en un ensangrentado traje de luces. Lo dejaron cruelmente a merced de dos berracos de la insigne ganadería de Bernardo Lupiáñez, de Lebrija, a los que previamente habían clavado trescientas grapitas en las cachas. La macabra suerte de grapas enfureció a los animales, que instintivamente cornearon hasta la muerte al impotente diestro, al que además, a mala leche, habían grapado las narices y la boca.


El Niño de California murió por asfixia y no por las cornadas, dictaminó el forense, un poco acojonado de que lo acusáramos de nuevo (no lo hicimos porque la noche del crimen había estado conmigo tomando copas, y había testigos). La muerte por asfixia debido al cruel grapado en su boca y narices provocó un temor generalizado en los círculos policiales. Investigadores y agentes empezaron a considerar la peligrosidad de esta siempre útil herramienta de oficina que en cuestión de semanas se había convertido en una auténtica arma homicida.


El temor se convirtió en paranoia cuando tres días después un nuevo caso sacudió despachos y titulares. Cuando el forense y yo visitamos el puesto forestal de El Cerecillo, en las agrestes sierras almerienses, nos quedamos estupefactos. La grapa era de nuevo protagonista, si bien de nuevo de forma indirecta. Juan Segura, guarda forestal, había sido grapado al suelo de pies y manos. Incapaz de moverse, murió de sed tres días después, sólo en mitad de la montaña y con la sola compañía del arma homicida, que el desaprensivo asesino había dejado junto a él.
Los motivos de estos extraños asesinatos no iban más allá de la propia grapa en sí. La grapadora aparecía siempre, de varias marcas (Petrus, Canon, Stapler o EasyShot) y colores variados: verde, marrón, naranja cobrizo. Era como un chiste macabro: "ved con qué mato, apreciad la maldad congénita a indefensos compañeros de despacho como la grapa y la grapadora; estáis rodeados de potenciales armas asesinas".


Varios asesinatos por grapado tuvieron lugar en los siguientes meses: un encargado de fotocopiadora, una empleada de Correos, dos bailarinas de striptease, un profesor de latín. La paranoia nacional contra las grapas se convirtió en convulsión internacional cuando murió un astronauta de la Estación Espacial Internacional. Un compañero de misión, el primer astronauta uzbeko de la Historia, sufrió una enajenación psicótica (seguramente relacionada con los terribles asesinatos de la grapadora) y le grapó el traje con una Petrus modificada para funcionar en gravedad cero.





El Ministerio del Interior comenzó recomendando a los administradores de oficina que no perdieran de vista sus "máquinas grapadoras". Los casos continuaron y, en universidades y asesorías, todos temían acercarse a una grapadora, aunque fuera de esas de bolsillo que vienen en una fundita azul cutre. Las grapas se guardaban bajo llave y en la mayoría de oficinas se nombró a un encargado de manejar los suministros de grapas y el grapado de documentos. Poco después, el Gobierno impuso la obligación de sacar una licencia de grapador, para la cual había que superar diversas pruebas teóricas, prácticas y psicotécnicas y pagar una pasta gansa en clases y carnés. Pronto prohibieron las grapadoras y aun las propias grapas en vuelos nacionales e internacionales. Los atracadores amenazaban a las cajeras grapadora en mano y los chulos de poca monta vestían pantalones ajustados en que se notaba, abultando, el perfil de tan temida arma. Y Charlton Heston dejó de lado su tradicional Winchester para sostener una reluciente grapadora al despedir las reuniones de su organización, que cambió su nombre de National Rifle Association a National Stapler Association: from my dead cold body.


Años después estaba prohibida en todo el mundo la posesión y uso de todo lo que tuviera que ver o recordara a una grapa o una grapadora. Los trabajos de instituto se entregaban sueltos o pegados con blutack, los más originales hacían collages o los entregaban en post-its. En los hospitales, las heridas y aperturas quirúrgicas se cerraban con loctite o en su defecto con hilo de pescar. El Consejo de Seguridad de la ONU y los gobiernos de todo el mundo encontraron una solución que sólo parcialmente palió el problema: elevaron el precio de las grapas a quinientos dólares americanos la unidad y convirtieron la grapadora en un artículo peligroso y extremadamente caro.


Esta es la razón por la que, a partir de entonces y durante muchas décadas, gangsters, nuevos ricos y ostentosos hombres de negocios sin escrúpulos mostraban sus contratos y documentos grapados con auténticas grapas de verdad, o enseñaban la cicatriz de alguna puñalada grapada en oro como símbolo de opulencia, chulería y poco respeto al género humano.