miércoles, 14 de marzo de 2007

El fabuloso destino de Federico Reyes
(Esperpentografía parcialmente ficcionada)

Federico Reyes descorrió la cortina de jarapa y distinguió a su tía entre la penumbra de la mañana. Estaba cortando patatas en juliana, quizá para una ensaladilla rusa o para cocerlas con pescado, para el almuerzo. A Federico le hormigueaba el estómago esas mañanas en que se despertaba al oír las voces de su abuela y su tía desde el piso de abajo. Se arrebujaba bajo las mantas y hundía el cuerpo aún más en el colchón de lana, que lo abrazaba, duro, cálido, ergonómico. Se quedaba entre sueños, acariciando la luz de la mañana, ya bien entrada, y reflexionaba sobre qué afortunado era al poder disfrutar de una abuela y una tía como las suyas, con una casa en un pueblo de Córdoba de casas blancas, una casa enorme con patios y colchones de lana. Las voces de su abuela y su tía reverberaban escaleras arriba y Federico se atrevía a pensar, qué felicidad, ojalá fueran las (miraba el reloj Casio de reojo) diez y treinta y nueve todo el rato, hasta que nos volvamos a Murcia. Le encantaba volver a quedarse dormido y volver a despertarse con las risas de su tía (seguro estaban haciendo el desayuno) y volver a quedarse dormido y volver a despertarse y volver a mirar el reloj e imaginar que seguían siendo las diez y treinta y nueve.

Ahora se rascaba la espalda apoyado en el dintel de la cocina, con la lengua pegada y ganas de colacao. Desayunó escuchando la conversación entre su tía y su abuela, hasta que su tía se quedó sin patatas que pelar. Buscaron en dos o tres armarillos, pero las provisiones se habían terminado. Fede, vete a por patatas a ca Contreras, vete con tu hermano y me traeis un kilo de patatas blancas.

Federico iba al pueblo decidido a ayudar en todo lo que pudiera a su tía, porque la veía sólo un par de veces al año. Se llevó a su hermano de la mano y éste, al darse de frente con el sol de la calle, echó a correr, pidiendo carreras. Fede levantó una ceja, montó en la bici y salió enflechado detrás de él.

En la esquina de ca Contreras Federico se metió un ostión contra una papelera y fue entonces cuando decidió que de mayor sería terminólogo.

Fede desde entonces tuvo siempre una agradable sonrisa pintada en el rostro. Años después, terminaría aprendiendo a jugar al mus por muchas razones. En el fútbol le ponían siempre de portero de red, que es como cuando a uno le piden cerrar la puerta por fuera, pues igual, pero en un campo de fútbol y con un balón, que Fede nunca llegó a tocar. Probó el balonmano y llegó a ser un buen pívot, pero como siempre suele pasar, lo relegaron al banquillo por falta de altura y volumen; además le corroía la envidia: había un compañero de clase que metía goles tirando por detrás de la espalda (algo que Fede no volvió a ver nunca jamás, ni en la tele) y llegaba a mover la portería cuando sus trallazos pegaban en el palo. Un día Fede cogió una piedra y al segundo gol de manoletina que metió, tiró una pedrada y, con efecto de muñeca y precisión de buen pívot, le abrió la cabeza. Desde ese día, el balonmano fue terreno vedado para él.

Cuando entró en el equipo de atletismo era el más rápido con diferencia, le sacaba casi un segundo al segundo en los cien metros (tal fue su pasión que solía cronometrarse corriendo detrás del autobús del cole cuando lo perdía, que eran las más veces), pero a las tres semanas se aburrió y se quitó. Además, al cruzar la meta siempre se caía y tenía las rodillas echadas abajo. Por fin, halló un pasatiempo apasionante: el voleibol. Pero no duró mucho, se cargó tres redes en un día e insultó la virginidad de una del equipo de las niñas, así que terminó en la calle.

Total, que todo esto venía a que, una vez se le retiró el carné de deportes, aprendió a jugar al mus. Le gustó mucho pero le cogían todas las señas. Intentó el dominó y al principio ganaba siempre y además dando espectáculo, porque jugaba al despiste y lo hacía genial. Pero era incapaz de recordar cuántos cincos habían salido. Dio una oportunidad luego al teatro. Pensaba que eso le haría sentir pleno, Claro, es genial, el teatro, la representación de las vidas, pasiones y sueños humanos sobre unos pocos tableros, público, luces, aplausos, admiradores, fotos, dinero, amantes, affaires, contratos millonarios.

Quinientas leguas al norte, o algunas semanas después en términos temporales, Fede se dio cuenta que el teatro no era lo suyo. Subido en una silla en el proscenio, con una calva de plástico mal ajustada, se cagaba en la puta madre del director del monólogo de inspiración beckettiana, Juan Rivas, hombre bueno y autor experimental, que lo observaba sonriente entre bambalinas. Fede llevaba tres minutos y medio del segundo cuadro del tercer acto del monólogo, subido en la silla, los brazos en cruz. Había repetido la interjección “¡Mierda!” seis veces (cuatro más de lo indicado en el guión de Juan, aunque esto a Juan no parecía importarle, es más, estaba fascinado). Ahora miraba hacia arriba, no al techo porque no había, sólo una hilera de sacos de arena colgantes mal alineados. Fede los contó, once, mientras intentaba recordar el texto que seguía. Como no se acordaba empezó a improvisar, pero tampoco se le dio bien: nunca supo de dónde ni porqué, le salió un diálogo en francés, el primer diálogo de la primera lección de su primer libro de francés, que casi nadie entendió. Casi mejor, porque era algo así como “¿Quieres una baguette? –No, prefiero un cruasán” (de hecho, era más bien “Tu veux une baguette? –Non, je préfère un croissant, pronunciado à l´espagnole). El ingenuo diálogo no estaba, en cualquier caso, demasiado lejos del tono del resto de la obra, de modo que gustó a todos y fascinó en particular a Juan Rivas.

Juan Rivas, el director, no tardó en ver en Fede a un futuro monstruo del escenario, a su estrella personal. Él y Sonia, la chica que bailaba en los entreactos una tipo de jota murciana casi extinto, podrían comerse el mundo juntos. Rivas lo quiso comprar con vanas promesas, le convenció de que postraría teatros y aun cines a sus pies. Fede se acojonó porque Juan Rivas en realidad nunca había estado muy en sus cabales y además le pegaba al hash cosa mala. Tanta insistencia no hizo sino desbocar lo que ya estaba casi decidido. Federico tiró por la borda una brillante carrera que ni siquiera había nacido, pero lo hizo con conocimiento de causa, convencido de que convertirse en estrella mundial del cine no haría sino traer sinsabores al mundo y quebraderos de cabeza a su tía y a su abuela.

Años después, en la mesa de mármol de la cocina de ese pueblo de Córdoba de casas blancas, Federico repasaba una lista larguísima que había escrito. Su tía y su abuela miraban por encima de su hombro, curiosas. Es una lista de todas las cosas que he hecho en mi vida, mirad. Son un montón, ¿verdad? Su tía sonreía y le daba codazos a la abuela, que intentaba aguantar la risa. La abuela removía el pelo con fuerza a Fede, que reía también, y rascándose el cogote al estilo manga, decía Es que soy un poco cipote, creo, jejeje. Y su abuela y su tía se reían, jajaja, y le daban besos y colacao.

Su hermano, Rodrigo, había crecido mucho desde el episodio de la carrera y la hostia en bici. Mientras los demás reían, le daba piñas a un saco de boxeo en el patio. Hacía ya varios años que había conseguido su primer título de moai-thai: en el campeonato que por iniciativa suya se celebró en el barrio, en Murcia. Le metió de guantazos a todo el mundo, incluso a un gitano de la vega cercana que quiso parecer muy gallito. En cualquier caso, de moai-thai no tenía ni idea, así que Rodri le endiñó una importante somanta de palos. El aguerrido gitano, herido en su más profundo orgullo, juró venganza. Ésta, en efecto, no se hizo esperar, porque un gitano de la vega murciana siempre cumple lo que promete, y lo cumple rápido. Durante la entrega de premios, celebrada pocos días después, el clan de los Quintana se presentó al completo bien equipado de katanas y buscando bulla. Terminaron despedazando a los miserables participantes y algunos de los sorprendidos espectadores, inocentes y tolerantes vecinos y vecinas. Rodri sólo se pudo salvar gracias a su enorme habilidad y rapidez. Escapó por un butreque que había en el techo. De ese día conserva un feliz diploma y una medalla llena de sangre.

En efecto, su hermano Rodrigo, se había convertido con los años en un incauto. No sólo se metía en follones que él mismo buscaba, sino que también parecía empeñado en seguir algunos de los pasos peor dados por Fede. En imitar sus maniobras más desastrosas. Parece, pensaba Fede, envidiar mis fiascos. Entre otras cosas que no corresponde aquí narrar, Rodri escapó a Jamaica en pos de su hermano. Huía de la venganza gitana, y de una vida que, por lo demás, parecía querer sojuzgarle sin reparos. Fede llevaba un año en Jamaica trabajando como pintor de brocha gorda y catador de marihuanas, merced a un título conseguido en la Universidad a Distancia de Rótterdam. Parecía irle francamente bien y por eso Rodri no dudó un instante en tomar un avión, plantarse en casa de Fede en Kingston y comprar un local de tatuajes que se traspasaba. A su hermano le tatuó un langostino en un tobillo por su cumpleaños. Fede, encantado, decidió darle una sorpresa inscribiéndole en un campeonato de moai-thai que se celebraba en la capital. Rodri fue muy confiado en sus posibilidades a nivel internacional y, contra todo pronóstico, terminó hostiado vivo y con cuatro dientes y una clavícula menos. Poco después decidía volver a España: “Prefiero la venganza honesta de los Quintana, por muy hijos de puta que sean, que los golpes inmisericordes de los negros estos cabrones” aseguró a Fede en el aeropuerto, con gran dignidad.

Fede miraba a su hermano entrenar, sonriendo. Es un buen tipo, pensaba. No sé quién de los dos ha tenido peor suerte en esta vida. Su abuela y su tía secaban algunos cacharros junto a la encimera. Desde luego, no nos podemos quejar. ¿Debería haberme ahorrado tantos errores? En realidad, no me han enseñado nada. Hace ya años que sé que yo seré terminólogo.

Mucho tiempo después Fede aprendió portugués en un curso de la Universidad a Distancia de Cascais. Le costó un cojón, porque tardó como siete años para sacarse un plan de estudios de 6 meses. Pero lo consiguió, gracias a una estancia en familia que hizo en Vilafranca do Minho, donde se habla un portugués arcaico y pintoresco. Se interesó, por primera vez en su vida, por los idiomas. Y con ello llegó lo inevitable.

Se hizo terminólogo.

Más allá de esa sonrisa bobalicona que adquirió tras su premonitorio accidente infantil, bien puede decirse que a Fede, desde que trabajaba como terminólogo, se le había puesto cara de imbécil. De felicidad absoluta. Durante largos y felices años, la oficina de normalización terminológica del gobierno portugués funcionó como un reloj y fue premiada nacional e internacionalmente. Esto hacía de su trabajo algo enormemente satisfactorio que además le dejaba tiempo libre para malgastar en otras de sus aficiones favoritas, descubiertas, después de muchas cábalas, hacía poco tiempo: el amor (a su tía, a su abuela, a su hermano Rodri, a sus padres, paternal, maternal, de amigo, de abuelo, de proletario, de revolucionario) y el sexo (el de novios, el de casados, el folleteo sin criterio, el tantra, el sexo cósmico, su pasión por Sonia la de la jota murciana con esos malditos ojos de gata en celo, el sexo con amor de los enamorados).

El fracaso, el amor, el sexo y la terminología fueron, en efecto, asuntos muy importantes en la vida de Federico Reyes.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Conocí a Federico Reyes una tarde en que el frío amenazaba como un demonio oculto del subconsciente. Yo dije "¿Partido Popular?", y él respondió "¡Hostia puta!". Así comenzó nuestra amistad, ligada inexorablemente desde su germen más remoto a la política y a las putas, temas ambos que nos apasionaban. Supongo que esto fue antes del episodio como catador de mariguana en Jamaica, aunque no lo sé de cierto. Rara vez hablábamos de otra cosa que no fuera el futuro o los paraísos artificiales, cosas intangibles, acaso inexistentes como la materia de los sueños. Puedo decir que fuimos correligionarios del hedonismo, de la rebeldía contra la estupidez, y que el exceso de imaginación fue nuestra bandera. Aunque ninguna bandera nos ha puesto de pie, al menos desde la escuela primaria. Compartimos insomnios e historias sobre mujeres. De él aprendí cómo hacer sangría en un bote de basura vacío y como hacer que vuele una bolsa de té. Puedo decir que me contagió fuertemente de su amor por las palabras, por este idioma agonizante y muchas veces resurrecto, por el gazpacho y el aceite de oliva. Lo último que supe de él es que que cruzó el Atlántico a nado, tal como el joven y asmático Che cruzó aquel río chileno. Acaso las gaviotas y los albatros se apiadaron de él, acaso sucumbió ante las mareas de la desmemoria. No lo sé de cierto, pero prefiero pensar que en este momento combina un poco de leche con su té, se aprieta la nariz entrecerrando los ojos, y sonríe sin motivo alguno. Ese es el Federico que vive en mi memoria.

José Mari dijo...

Ahora que lo dices, no es ninguna suposición ni falacia derechona el que Federico Reyes cruzara a nado el Atlántico. Arribó,más bien encalló, en la orilla de la Caleta de Famara, allá por el mes de marzo de no sé qué año. Sonreía, eso sí, mientras devoraba un bocadillo de choped con un vaso de vino blanco, porque Federico Reyes de agua, lo que se dice agua, estaba jartito. Qué gusto tan raro tiene el agua desde que salí a nadar un poco, si por favor, póngame otro vasito. Entre sorbo y sorbo mi mujer y yo tuvimos que liarlo en cinco toallas porque el pobre venía heladito como el coño de una monja, que dice mi señora (siempre fue un poco bruta pero una dama en el amor y en la concina).Conforme los días fueron pasando, Federico Reyes se fue ganando un palco de autoridades en nuestros corazones. Esa sonrisa eterna, ese gesto de buena gente y esa adoración que,al principio, no sabíamos de dónde le venía, de la papa. Era ver una papa y los ojos le hacían chiribitas. Nos contó que la palabra patata había surgido de un cruce entre los términos 'papa', del nauhatl o algo así, y 'batata'. Coño, Federico, le decía mi Itaiza, qué ilustrado es usted, y que saque más bueno. Tome, tome más mojo.
A la Itaiza le encantaba desayunar leche con gofio, así tenía luego la fuerza que tenía y aguantaba lo que aguantaba, que me tenía molidita la cerviz y temblonas las piernas. Sin embargo, Federico Reyes, como hemos sabido luego por las crónicas, siempre fue más de Colacaos y porquerías peninsulares de esas, que de allí arriba na bueno viene. Por eso nos pareció raro que pensara tanto en su pueblo cordobés, tan blanquito como el decía, con lo bien que está usted aquí, don Federico. Aonde va a ir después de haber visto esta isla tan preciosa. Pero a Federico Reyes eso de no ver un puto árbol en kilómetros a la redonda no le hacía, valga la redundancia, ni puta gracia. Además, aunque sólo lo dijo una vez, cada vez que la Itaiza pelaba una papa, se acordaba de su abuela y de su tía, y también de un tal rodrigo, que pegaba unas hostias como nadie.
La mañana en que desapareció la Itaiza sollozaba a cada rato.Sin embargo, y con el tiempo, aprendimos que la vida es un ir y venir del carajo, como nos contó que decía su amigo Grabiel, escritor sin parantón, creo recordar que repetía. Nos dejó encima de la mesa de la cocina un sobre con unas semillas. La Itaiza las sembró en el huertito que tenemos detrás del patio y cuando están crecidas, arrancamos unas hojillas y las fumamos en recuerdo de nuestro amigo. Después mi señora me agarra de donde mejor agarrara una mujer para gemir, reir, amar y acordarnos de nuestro hermano.

Anónimo dijo...

El primer comentario a esta entrada, señores, no nació el día 14 del presente, no.

Ha sido un trasvase tramposillo e histórico del único comentario que este texto tiene en el predecesor de este blog, Mareaje.

¿Adivinan quien es el cuatacho Coltréin? :D

Abrazos blogueros, doble y con topping para Juan.

Miguel Marqués dijo...

Y tú, Chema. La madre que te parió.

Que entre bromas y veras se me coge un pellizco narrativo y sentimental.
Con el mojo se van las agujetas de nadar, pero el vino las pone de nuevo en los recuerdos y el coração.

Un abrazo fuerte e interinsular para ti y tu Itaiza ;)! Y nos vemos en los Jereles, ¿no?

Lara dijo...

Joder, leí este cuento hace ya un año, por lo menos, en esa casa cuartel de Alonso Martínez donde nos encerrábamos en la habitación de una sola cama enorme mientras el pastor protestante vigilaba nuestros movimientos faríngeos a través de los finos muros.
Recuerdo que lo leí sin conocimiento de causa, bocabajo en la cama y con las sábanas enredadas entre los muslos. Dije, qué bien redacta este tío, te miré las piernas y todo lo de arriba (tú te fumabas un cigarro echando el humo al sol que había tras la ventana, también nos tenían prohibido fumar, ¿te acuerdas?) y dije, qué bien escribe el tipo este, coño.
Ahora lo leo con parcial conocimiento de causa y parece otro texto, como siempre pasa. Te reconozco y flipo. Me río a carcajadas en esta otra atalaya donde no da el sol pero podemos gritar a gusto.
Ficciónatelo todo, Miguel Marqués.

Rober dijo...

hostia puta, Miguel...

Tío, dame más textos como este ¿no? y menos vídeos del yutuve, anda, venga, ¿no?

(horses, horses, horses)

NáN dijo...

¡juro por el dios inexistente que di al botón de comentarios con la idea de poner lo que de todos modos pongo, aunque parezca la oveja Dolly de Robel!

¡Me cago en la leche, Miguel! ¿Por qué no escribes más así? No lo había leído hasta ahora por lo largo que parece, pero me lo he bebido rogando para que fuera más largo.

Espero que sea la introducción a la larga historia de estos tipos con la tía, la abuela, el sexo y todo lo demás.

Con lo bien que iba y en el último párrafo "cuentas" la historia. No. Yo quiero que me la describas minuciosamente.

MSalieri dijo...

Eso, Miguel, hazla novela y prometo comprarla (bueno, a lo mejor la mango). Federico Reyes merece que rasques más las teclas de tu portátil.

;)

Saludos desde Las Playas de Almería.

Miguel Marqués dijo...

Es que no permitiría que gastaras dinero en ella... Y como no te la voy a regalar, pues vas a tener que mangarla. Si es de mi estantería y sin que me entere, más me emocionará.

Qué cabrón, en las playas de Almería. No sé en qué estábamos pensando cuando le pusimos el nombre al sitio este. :P