jueves, 29 de marzo de 2007

Cuento para dormir a la niña de ojos grandes

La niña de los ojos grandes terminó de subir la colina con gran dificultad. Llevaba una sandalias de cuero ya viejas, pero aún hermosas. La tierra se deshacía bajo sus pies y la hacía resbalar. Su túnica blanca le flameaba al viento y hacía ruido. Su piel, del color del marfil normalmente, había tomado en el desierto un tono ocre, broncíneo. Por fin llegó, apartándose el pelo negro oscurísimo de la cara.

Con ojos enormes miró el horizonte, derramando la mirada que guardaría toda su vida. La niña llegó a ser una persona mayor, muy mayor y muy quieta, pero nunca perdió esa mirada escrutadora, tímida y nerviosa como la de los niños pequeños, como la de aquél que parece ver algo siempre por primera vez.

Allí abajo vio nubes enormes de polvo y, de cuando en cuando, escenas imposibles que comenzaban justo a sus pies y se perdían en el mar lejano. Eran irreales: hombres y mujeres matándose por un billete de lotería, tres grupos acrobáticos que hacían figuras en el aire a gran velocidad antes de casi estrellarse contra el suelo, diez jóvenes que luchaban a dentelladas por conseguir encaramarse a una columna, cada uno de ellos con un libro para leer en voz alta desde lo alto.

La niña de ojos enormes y negros contemplaba las escenas ruidosas que aparecían y desaparecían entre nubes de arena y tierra grisácea. Aparecían y se esfumaban también palacios, chozas, pozos, valles ensangrentados, edificios con forma de órganos sexuales, mares de vino hacia los que corrían pulmón en mano caballeros y damas elegantemente vestidos. Una palmera esplendorosa crecía a toda velocidad en el centro de la llanura, alguien la arrancó y la instaló en el jardín de su casa, luego otros mataron a éste y la palmera creció aún más en cuanto los asesinos la tocaron. Llovía miel y dinero y unos corrían hacia allá, en otro lugar alguien enseñaba a un grupo de idiotas y varios pescadores a su espalda lo apuñalaban para tomar su puesto.

La niña lo miraba todo con condescendencia y sabiendo que había aún muchas razones de aquella extraña tribu sobrenatural que no entendía y que no deseba entender. El viento que no la dejaba escalar la montaña se había tornado una brisa suave que, curiosamente, alejó el fragor de la locura del valle. Con la misma mirada de aceptación, se encogió de hombros, sabiendo que era observada por todos y cada uno de esos personajes, convertidos ahora en pequeños lobos que seguían corriendo, aullando y devorándolo todo en la llanura.





La niña palpó la humedad de la brisa, se intentó ordenar el pelo y dio media vuelta para bajar la colina. El sol hacía notar la quemazón de su piel. El lino de su túnica le acariciaba la parte baja de la espalda. El aire denso del poblado le dio hambre. Procuró olvidar lo que había visto. Ojalá nunca me lleven a vivir con la tribu de los valles.

Volvió la vista hacia el desierto, en una de los cientos de tiendas del poblado se hallaba ahora Hajaj, a quien había buscado toda su vida sin saberlo. Anduvo entre las cabañas de caña y barro, sin rumbo, aguzando el oído, sin llamar la atención, buscando la choza en que Hajaj se escondía. Se trataba de una búsqueda cuyo principio no recordaba y cuyo final estaba a punto de descubrir. Sonriendo con timidez a los conocidos, robando un dátil en cada puesto, miraba todo con los ojos muy abiertos, convencida de que desde una de esas cabañas Hajaj la observaba, besaba su mano pensando que era la de ella y le prometía que juntos se reirían de los hombres del valle y les perderían el miedo para siempre.



[Fotografía de Ángel Villanueva (c)]

5 comentarios:

EriKa dijo...

Me encanta ;)

Lara dijo...

Yo también leo las cosas ahora, tus cosas, como si nunca las hubiera leído, pero con ese regusto de reconocer sensaciones que uno cree propias, y son ajenas.

Anónimo dijo...

huyyyyy... me ha gustado mucho me he metido dentro del cuento pero....creo que no era el dia para leerlo.

MSalieri dijo...

Me pido un Miguel pa Reyes...

José Mari dijo...

Qué buena historia. Y qué foto. El final, magnífico.